martes, marzo 27, 2012

El Descanso de un Caballero.

[Este es un texto clásico mío, de hace muchos años atrás ya, y u no de mis favoritos. Es de los que más cariño le tengo, y que se perdió junto a la base de datos de mi antiguo sitio, pero que traigo ahora nuevamente a este, junto con algunos otros escritos por venir también. Fue recuperado desde la copia en el sitio LosCuentos.net, donde ha sido leido 288 veces y con muy buena aceptación del público.]

 "Sin duda alguna, se combate mucho en esta vida.

Desde el nacimiento, comenzamos a luchar por valernos por nuestra cuenta. Creo recordar en lo más profundo de mi alma como mi cuerpo reaccionó al notar la pérdida del vientre materno como hogar y tutor, y tener que comenzar a valerme por mi propia cuenta. Lloré, grité y pataleé, pues eran mis únicas armas para luchar en ese momento. Así consegui alimento, cuidado, cariño y atención, a la vez que aprendí que abusar de mis herramientas no complacería más extensamente mis deseos, sino que me haría pagar mi mal uso con lejanía o "indiferencia" de mis padres, enseñándome desde los comienzos de mi vida, a respetar.

Ya un tanto más grande, debí combatir para ganarme un lugar en la sociedad y en el mundo actual. Probé dagas, cuchillos, arcos y espadas, probé tiros a distancia, combates cuerpo a cuerpo, ataques desde las sombras, y finalmente seguí el camino de un Caballero. Juré honrar mi espada, mi escudo y mi casta, asi como aplicar las enseñanzas aprendidas solo cuando fueran requeridas, y no por beneficio personal.

Viajé por continentes, ciudades, paises y cavernas, enfrenté los más intensos calores de las desiertas arenas hasta los más gélidos frios en las tierras de la muerte o las cavernas de alguna olvidada ciudad. Pise las más verdes praderas en el cielo y en la tierra y fui cubierto por los copos de nieve de las tierras más lejanas y esplendorosas, siempre combatiendo por mi vida, y por sobre todo, por mi gente, mi país y la Corona. La hoja de mi espada debió ser restituída o renovada tantas veces como combates enfrenté, y mi escudo debió ser pulido, desabollado y refaccionado tantas veces como me defendió. Y también porté en mis hombros una capa, compañera inseparable de las duras jornadas, cubriendo mi piel de los frios o del ardiente sol. De mi maestro recibí las mejores enseñanzas, así como la casi "ley" que guiaba su caminar: jamás bajar los brazos frente a lo que debas enfrentar. Su palabra fue ley en mi vida, e incluso en las peores circunstancias, incluso en la intimidad de mi soledad, jamás bajé los brazos y siempre estuve preparado para luchar.

O eso pensé, hasta cierto día.

El día que tus ojos se cruzaron con los mios, todo aquello por cuanto luché y luchaba pareció insignificante. El día que te vi sonreir, mi corazón estableció en sus raíces el asta de tu bandera y tu reino, y te coronó como su Monarca y dueña. El día que cruzamos las palabras en mis oidos como música estas resonaron y se impregnaron, y cuando finalmente besé tus labios sabía que había encontrado a quien todo guerrero busca: el ser amado. A tu lado aprendí a ver la vida más allá que solo combates, honor y gloria, aprendí a disfrutar de las estrellas, del sol y de la tarde, aprendí a escuchar en las brisas de la noche el susurro de tu silencio y en el brillo del sol el destello de tus ojos. Contigo fui ascendido sin ceremonia a Alto Caballero, por tu vida mi espada se volvió cien veces más certera, resistente y afilada y mi escudo mil veces más sólido, imbatible e impenetrable. Y también, desde que te conocí, viví las batallas más duras y dificiles que jamás imaginara en la vida: las batallas del amor, y por tu amor, contra quien o que se pusiera en nuestro camino. Contigo mis brazos se hicieron más fuertes y mi corazón más activo, y contigo las palabras de mi maestro tomaron mayor importancia, pues jamás bajaría mis defensas en pos de cuidarte y velar por protegerte.

Sintiéndome orgulloso de ser quien ya era, de haber encontrado finalmente el estandarte de mi lucha y la compañera de mis días, me presenté ante mi maestro una vez más y compartí con él mis experiencias y pensamientos. Me jacté indudablemente de mi eterna resistencia y de jamás bajar los brazos por ningún motivo, y siempre estar listo para el combate. Para mi sorpresa, el sabio anciano no solo no pareció alegrarse por lo dicho, sino que además me observó con un dejo de preocupación. "No te sientes cansado, muchacho?" me dijo, a lo que sorprendidamente respondí "Claro, maestro, como todo ser humano... pero eso no impedirá que mantenga mi guardia siempre en alto, sin decaer, para enfrentar cualquier hecho que pueda acontecer", buscando reafirmar mi postura, ganarme su respeto y además ser digno de su orgullo. El anciano sin embargo se levantó, salió del cuarto y estando a mi lado murmuró: "aun te falta lo más importante por aprender, mi joven guerrero; aun te falta conocer donde se encuentra el descanso de un Caballero".

Ante sus palabras no pude evitar sentirme muy frustrado. Volví a la batalla sin cesar y destrocé bestias, amenazas y guerreros de todo tipo sin dudar. Protegí a mi gente, a mi ciudad y los intereses de la Corona, y velé sin dudar por el cuidado de mi amada, mas aún el lugar por mi maestro mencionado no podía encontrar.

Las cosas siguieron igual, batallando día a día, intentando cuidar de ti y protegerte de todo cuanto mal pudiese haber, así las fuerzas ya parecieran abandonarme; te quise hacer sentir amada, protegida y valorada, y no dudé (ni dudaré) jamás en ser uno con mi espada, capa y escudo para protegerte, mi bienamada, a pesar que internamente las fuerzas las sintiera ya exhaustas y que no pudiese más. A pesar de ello, mis brazos no bajarían: yo debía dar más.

Y fue ahi, que tras la última batalla, te acercaste a mi lado y me abrazaste. Observaste mis ojos otra vez, y con tu dulzura, me desprendiste de mi arma y mi defensa, al igual que de mi capa protectora. En menos de un segundo quitaste de mi aquello que miles intentaron antes y perecieron en dicho intento, y tampoco me resistí. Para mi sorpresa, vestiste la capa sobre tus hombros, prendiste el pesado escudo a tu brazo y con algo de dificultad, pero no de determinación, blandiste la espada una vez más. Y durante el silencio de la noche, con las estrellas solamente observandonos, me recostaste sobre el tronco de aquel árbol que tantas veces nos cobijara con su sombra, y con tus brazos mi cuerpo rodeaste. Cubriste con la capa nuestras siluetas del frio, y pusiste el escudo frente a nosotros, listo para defendernos de cualquier cosa que pudiese venir; y a su lado, la espada estaba preparada para aliarse al escudo y la capa en la misión que en ese minuto ya realizaban. Sorprendido y algo estupefacto, sin saber que hacer, sentí que finalmente mis brazos comenzaban a caer. Ante el miedo o la preocupación de fallar en mi causa, tu beso me calmó, y tu voz en mi oido finalmente a mi temor calmó:

"Dejame ser yo, ahora, quien te cubra con la capa, te proteja con el escudo y te defienda con la espada, que por tanto tiempo para protegerme a mi y a tantas personas has portado, mas que sin darte cuenta no has permitido que de ti hayan cuidado"

Senti como mis brazos cayeron finalmente a tus palabras de ternura, amor y preocupación. Sentí también como, apoyado al lado de tu corazón, todo se hacía más tranquilo, más relajante y más pacífico. Como no me sintiese desde mi nacimiento, me sentí protegido y cobijado, y en tus brazos me quedé enredado, escuchando la melodía de tu corazón cantándome un dulce "aqui siempre estarás cuidado, y a salvo". Y entre tus brazos y tu corazón, embriagado de tu beso y de tu voz, encontré la respuesta a las palabras de mi maestro; no es en otro lugar, sino en el regazo de la mujer amada, que se encuentra El Descanso de un Caballero."


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