Tuve, hasta hace poco más de un año atrás, la posibilidad de desempeñarme profesionalmente brindando apoyo psicológico a pacientes hospitalizados. Una experiencia nueva para mi (de aquello para lo que en general había sido formado) y que abrió en mi vida no sólo un campo laboral totalmente nuevo, muy interesante y que me sedujo inmediatamente, sino que además, en cuanto a mi percepción de la vida. Me permitiré explayarme a este respecto.
Siempre he sido de aquellos que son conocidos como "optimistas". Tratar de ver el vaso medio lleno lo más posible. Buscar las oportunidades en las experiencias. Pensar que, hasta lo peor posible, tiene un lado bueno: deja experiencia. Duele, nos hace sufrir, nos entristece, convoca a nuestras lágrimas a hacer un kamikaze recorrido desde nuestros ojos hacia el suelo, pero igual deja experiencia tras de si. Está claro que nadie es de acero ni a prueba de balas ni ultra resistente (ni siquiera los superhéroes, pues todos tienen un talón de Aquiles con el cual son vulnerables) y que tenemos el derecho a caernos y de repente verlo todo negro, pero mientras sea algo temporal y pasajero, previo a levantarse, absorber esa experiencia y crecer, madurar, aprender y fortalecernos emocional, mental y espiritualmente. Humanamente. Aún así, mi perspectiva global de la vida implicaba pensar muy en largos plazos, "tirar líneas" a futuro contando con muchos años por delante, calculando un promedio de unos 80 y soñando con unos 100 incluso, y mirando ese aspecto bien "a huevo". Hasta luego del trabajo ahí realizado.
En mi área de desempeño (psicología hospitalaria) tuve la oportunidad de conocer mucha gente. Muchas historias de vida, familias, personas distintas. Jóvenes, adultos, adulto-jóvenes, adulto-mayores. Hombres y mujeres. Personas cuyos espíritus, emociones y pensamientos iban en un rango entre aquellos con mucha fortaleza, garra y deseo de luchar, y otros que habían sido ampliamente superados por la adversidad. Algunos tranquilos, otros en aparente calma, otros directamente muy asustados, otros sólo necesitando saberse acompañados para tener fuerzas para luchar. Ancianos que observaban su vida y abrazaban el siguiente paso, ese del que se evita hablar y que, especialmente en la juventud, parece tan distante (la muerte), pero que ellos recibían en tranquilidad y paz sabiendo que ya habían entregado todo lo que tenían que entregar o vivir. Asimismo estaban también aquellos que tuvieron que partir de forma sorpresiva y por demás inesperada, con quienes un día tuve la oportunidad de compartir esperanzas y deseos, y tras un fin de semana, ya no volver a verlos más. Observar familias que se desmoronaban ante esos momentos, otras cuyos vínculos se refortalecían ante el dolor y se apoyaban firmemente. Desde un gélido frío por ausencia hasta el más cálido abrazo de agradecimiento por parte de un prácticamente perfecto extraño a otro, tan sólo por haber acompañado ese proceso y ese tiempo, y por haber compartido fuerzas o tendido una mano.
Mi paso por el hospital me llevó a replantearme la vida. En especial esos "sorpresivos" casos donde los resultados daban un giro inesperado y drástico. Y me quedó grabado a fuego: la vida es incierta. Es indeterminable en tiempo. Es "prestada". Es una oportunidad que se nos entregó para disfrutar, conocer, aprender, apoyar, aportar, ayudar, acompañar, cuidar, querer, amar, jugar, caminar, correr, respirar, etc. Puede durar décadas, inclusive un siglo, como puede durar tan sólo unos minutos. Puede terminar de la forma más inesperada que uno siquiera hubiese llegado a imaginar alguna vez. Súbita y sorpresivamente. Y sin darnos cuenta de eso, desperdiciamos mucho tiempo en peleas, en rencores, en odios, en resentimientos, en envidias, en conflictos inútiles en base a aspectos personales con los que no queremos lidiar (o no podemos, o no sabemos) y que lo encausamos hacia otro. Porque al final es más fácil. Es más fácil elegir el camino del enojo y cortar las cosas que intentar solucionarlas. Es más fácil insultar que tratar de comprender y tolerar o respetar. Es más fácil destruir que construir. Es muy típico el comentario en un funeral o un entierro: "era tan bueno/a". Y el contra-comentario: "ahora todos/as se acuerdan de él/ella, y en vida nunca le hablaron". El discurso que se lee frente al micrófono o al ataúd ya no vale, porque no se dijo en el minuto correcto. Tiene un valor simbólico, sin duda alguna, pero pudo haber tenido uno simbólico y emocional en el momento preciso. Tenemos el gran don del lenguaje con una diversidad de palabras gigantezca para expresarnos. Y no sólo en palabras, sino en cuerpo (ya vendrá un artículo de ello, pronto). Aprovechémoslo. Se nos va (y me incluyo, aún cuando intento hacer lo opuesto lo más posible) el detalle de que todos quienes nos rodean poseen una incertidumbre en su tiempo vital igual que el nuestro. Y más aún en aquellos que nos anteceden y que nos han guiado o acompañado en nuestro crecimiento de forma directa, indirecta o simplemente por haber estado físicamente (o de alguna forma) ahí. Y no lo aprovechamos y luego queda el lamentarse.
El accidente que actualmente sacude al país es clara prueba de ello. Son 21 personas de las cuales esperamos noticias, teniendo muy presente que la "lógica" nos dice que el desenlace se inclina fuertemente a un final triste y doloroso, pero la Fe no se pierde. Sin embargo, el simbolismo de la situación tiene muchísimo que ver con lo antes planteado. Con el recordar de golpe que somos mortales. Con el recordar que nuestra vida es incierta. Con el ver que, inclusive a aquellos que vemos en pantalla todos los días, que parecen tenerlo todo, éxito, fama, cariño, etc. pueden dejarnos en un pestañeo. Y eso nos asusta. Nos asusta recordar que somos mortales, pues quisiéramos tener el control de todo lo que existe en nuestro recorrido, y recordar que no se puede asusta. El punto está en no quedarse en el susto, sino actuar. Aprovechar ese recordatorio y tenerlo en mente y presente constantemente. No, no me malentiendan: tampoco es que uno tenga que estar pegado "como lapa" a todos los que queremos, o pasar las 24 horas diciéndoles cosas o halagándolos. Tampoco implica ir y hacer cuanta locura se pueda hacer o ser descuidados. Tampoco implica tener que estrujarse todo el día haciendo cosas, no hacer pausas o no tomarse espacios para descansar, para ver una película, etc. Implica valorar el tiempo que tenemos, aprovecharlo, jugarnos nuestras cartas, ser sinceros y leales con nosotros mismos y con quienes queremos, luchar por solucionar las diferencias, los malos entendidos, las peleas, y evitar caer en resentimientos u odios innecesarios. Está claro que no podemos caerle bien a todo el mundo (y viceversa) y eso está bien, pero tampoco tenemos para que cargarnos con odiosidades totalmente inútiles. Para la enemistad se necesitan dos (al menos) que quieran prender con el conflicto. Si uno lo ignora, se acaba.
Disfrutemos nuestro tiempo. Disfrutemos a los nuestros. Expresemos lo que sentimos. Disfruten las caricias, los paisajes, el aire que respiramos (aún cuando tenga smog, jaja). Disfruten los besos que reciban y los que puedan entregar. Compartan una sonrisa, tiendan una mano, compartan una palabra o un café. Bailen. Jueguen. Rompamos las rutinas con pequeños detalles. Disfruten todos esos recuerdos que construimos al aprovechar nuestro tiempo en este mundo. Lo que pase después, nadie sabe. Todo depende de la creencia de cada cual, y ni siquiera. Pero cuiden su vida, sin dejar de disfrutarla y sin dañar la vida de alguien más a propósito o con mala intención. Somos una especie: la especie humana. Los animales nos han enseñado mucho a ese respecto, y debemos aprender de ellos. De la naturaleza. De todo aquello que nos rodea.
Fuerza y un gran abrazo a todos.